BIGARREN AZALA 11 / SEGUNDA PIEL 11
En su conferencia “La ciudad como obra de arte”, Oteiza, aplicando la misma actitud que adopta en sus estatuas ‒esculturas que son capaces de contener un espacio que cualifica como receptivo para la persona, dentro del espacio de la arquitectura‒ defiende que los proyectos arquitectónicos en la ciudad también son capaces de crear, dentro de ese espacio urbano, lugares de acogimiento para las personas.
Los denomina “aisladores metafísicos”, definiéndolos como “espacios libres dispuestos como construcciones espirituales puras, para proveer la energía existencial, estética a la ciudad”. Son desocupaciones espaciales de la ciudad, realizadas desde la arquitectura y el artista: “En la ciudad = aislador metafísico (máquinas de evasión vital, de congestión especular. Desocupaciones activa vacío en lugares de excesiva pe [¿?], de soledad intima) zona gris. Espacios solos construidos desde el arquitecto con la integración del artista”. Oteiza identifica los aisladores metafísicos como zonas grises, pues el color gris es definido por el escultor como identificativo del espacio.
Las personas tienen dos aspectos a cubrir: el material y el espiritual. Y el arte tiene como fin último su curación espiritual.
La ciudad debe ser entendida como lo fue en su propio origen, como el crómlech prehistórico, “El regreso del crómlech a la nueva ciudad”, construcción espiritual de protección, un espacio receptivo, es decir, una obra de arte. Por eso Oteiza afirma: “…cuando la máquina para vivir se convierte, en la casa o la ciudad, en construcción espiritual” planteando una nueva dirección alejada de la tecnología y basada en otros valores.
Si Le Corbusier define la casa como una máquina de habitar y trasporta sus ideas hasta la creación de la ciudad, Oteiza no niega este funcionalismo pero comprende que no es suficiente. Si el arte es el remedio espiritual del hombre, la ciudad, como obra de arte, también ha de serlo. De este modo, la ciudad alojará espacios desocupados y vacíos para la ciudadanía, definidos por el artista y por el arquitecto.
En su libro Quousque Tandem! Oteiza ilustra ejemplos de estas zonas grises en la ciudad (Fig. 3 y 6): “Frontón para el Juego de pelota (Eraso, Navarra). Al quedar vacío (reeducada nuestra sensibilidad) debiera funcionar para nuestra Intimidad religiosa tradicional como un aislador metafísico. Este tipo de construccionescrómlechs en el interior de las grandes ciudades congestionadas de expresión, son zonas gris (estéticamente), de aparcamiento de la sensibilidad formada. Como los «Jardines de piedras» en Kyoto. Solución opuesta al espectáculo móvil de Moholy-Nagy”
Oteiza abandona la escultura en 1960 y, en su texto de despedida, explica que “Al afirmar que abandono la escultura quiero decir que he llegado a la conclusión experimental de que ya no se puede agregar escultura, como expresión, al hombre ni a la ciudad. Quiero decir que me paso a la ciudad –resumiendo todo conocimiento estético en Urbanismo y diseño espiritual- para defenderla de la ocupación tradicional de la expresión”. Los resultados espaciales obtenidos con su escultura son universales, es decir, son transportables a cualquier escala y pueden por ello aplicarse también a la ciudad. Este será el punto final de su investigación, que coincide con el fin de su trabajo escultórico.
Existe un antes y un después de abandonar la escultura, un punto de inflexión que marca el antes con un “arte individual”, el del artista enfrentado a su propio proceso experimental, y el después, con una “creación comunitaria”, en la que el artista sin arte da el paso de intervenir en la vida, como servicio espiritual hacia la persona. Si el trabajo en la basílica de Aránzazu (1951-1954) representaba el anhelo de una comunidad ideal, pero desde la individualidad creadora del artista, una vez abandonada la escultura, Oteiza se dispone a trabajar para construir esa comunidad. Así pues, el arte integrado con la arquitectura o, mejor aún, con el urbanismo, puede considerarse un vehículo para la trasmisión de ideas, para la educación de un pueblo. A partir de su abandono de la producción escultórica, Oteiza colabora con arquitectos y urbanistas en proyectos que actúan y trabajan sobre el espacio público de la ciudad (Fig. 7). Su interés no se centra en la producción formal del proyecto, sino en la construcción política de los espacios urbanos en los que interviene, entendiendo política como “proyección pública, aprovechamiento popular de una conquista individual, puesta en la vida del bien material o espiritual que el esfuerzo particular alcanza o es capaz de producir”. Busca aplicar lo descubierto en su escultura a la vida de la ciudad.
En su conferencia “La ciudad como obra de arte” Oteiza reflexionaba sobre la “belleza política” de la ciudad, entendiendo que: “Ciudad = lugar de las relaciones humanas… requiere una verdadera política de las relaciones humanas, esto es una organización política de libertad para el bien común”. Lo político, lo perteneciente a la polis, las relaciones de sus habitantes que sus espacios, diseñados por el arquitecto y el artista, son capaces de facilitar. Se generan espacios desocupados o espacios grises, que no vaciados, que promueven la vida de la comunidad. El urbanismo entendido como diseño del comportamiento de los habitantes de la ciudad, de la ciudadanía, y también como instrumento de educación.
Ya en 1958 Oteiza hablaba de la ocupación formal de la ciudad que actualmente está alcanzando niveles máximos gracias a un neoliberalismo que promueve la mercantilización de uso del espacio público. Esto implica un cambio de papel del protagonista de la ciudad, que pasa de ser habitante a consumidor. Y en este sentido, por parte del movimiento 15M en la puerta del Sol (Madrid) se reclamó el poder retomar el sentido político del espacio “Las plazas de nuestras ciudades son quizás el reflejo más sangrante de este fenómeno que denunciamos: se han vaciado para su explotación económica; ya no son sitios de encuentro, debate, intercambio y convivencia: se han convertido en lugares de compra o de tránsito. Es por eso que hemos elegido una de ellas para nuestra primera acción”. Esto es lo que Oteiza reclamaba para la ciudad, la generación de espacios desocupados, lugares vacíos pero tratados plásticamente, que eran capaces de acoger las relaciones humanas, la vida de los habitantes, y, de este modo, establecer “una organización política de libertad para el bien común” , la que definía como belleza política de la ciudad. Oteiza, gracias a la desocupación espacial y al concepto de espacio receptivo, era capaz de transformar el vacío de la ciudad en un espacio dotado de belleza política. La idea que subyace es la transformación del espacio público en un bien común en el momento que la ciudadanía lo hace suyo y actúa directamente desde y sobre él, recuperándolo como escenario público de la vida de la comunidad.
De este modo se establecen conexiones entre las reflexiones de Oteiza sobre la ciudad, fruto de su investigación plástica desarrollada en los años cincuenta, entendida desde su principal valor: el espacio. Como sus propias estatuas o como el crómlech de Aguiña, contienen un espacio destinado para el uso espiritual de la persona, un espacio receptivo. Y es capaz de trasladar esta idea a la ciudad, generando espacios desocupados en espacios destinados para la ciudadanía, física y espiritualmente, cargados de sentido político. Es el espacio donde Oteiza se instala a partir de 1960, una vez abandonada su escultura. Hoy podemos hacer nuestras las palabras con las que finalizaba contundentemente su conferencia “La ciudad como obra de arte”: “Sin belleza política, sin esta libertad, las ciudades de hoy no se pueden planear, no se pueden restaurar ni mejorar. Ni se pueden vivir”.